Reflexión

¿De donde viene?
Esta búsqueda, esta necesidad de resolver los misterios de la vida, cuando las preguntas más simples nunca serán respondidas.
¿Por qué estamos aquí?, ¿Qué es el alma?, ¿Por qué soñamos?, Tal vez lo mejor sea no preocuparse mucho, no hurgar no ansiar.
Pero esa no es la naturaleza humana, no es corazón humano. Eso no es por lo que estamos aquí. Aun luchamos para marcar una diferencia, para cambiar el mundo para soñar con la esperanza. Nunca sabremos con certeza a quienes conoceremos a los largo del camino. Quien de este mundo de extraños nos dará su mano. Tocara nuestros corazones. Y compartiría el dolor de intentarlo. Soñamos con la esperanza, soñamos con el cambio. Con fuego, con el amor, con la muerte, entonces ocurre, el sueño se convierte en realidad. Y la respuesta de esta búsqueda, la necesidad de resolver los misterios de la vida finalmente se muestran, como un nuevo y resplandeciente amanecer. Tanta lucha por el significado, por el propósito. Y al final cuando nos encontramos solos el uno con el otro. Compartimos una experiencia con lo fantástico y lo mundano. La necesidad humana básica de encontrar una familia. De conectar. Y de saber en nuestros corazones que no estamos solos.

Se puede envejecer, madurar y crear tu propia familia, se puede acabar los estudios, pasar del primer amor al amor de tu pareja para toda la vida, se puede conseguir un trabajo fijo, una casa y tener niños, se puede llegar a la realización personal.

Yo sé que todo esto es posible, pero siempre tuve miedo a olvidar el pasado. No miedo a estancarme en él, ni miedo a revivirlo, sino miedo a olvidar mi infancia, mi crecimiento, el camino que utilicé para ser quien soy.

Tengo la suerte de recordar mi inocencia, recuerdo perfectamente la envidia sana que sentía mi mejor amiga de una época escolar, que me decía que cómo era posible sonreír en todo momento. Recuerdo con simpatía los primeros sentimientos de ridícula, por no entender una situación o no tener la experiencia para salir airosa de una situación comprometida. También permanece en mi mente esas pequeñas encrucijadas sobre si intentar gustarle a este chico o a aquel, sobre si debo dejarme el pelo corto o largo, si este perfume huele mejor o queda mejor en esta salida o en aquella...

Son recuerdos de mi inocencia, pues de mi infancia tengo muchos más, y digo recuerdos porque por desgracia y sin remedio, la inocencia se pierde.

Ya no creo en las buenas intenciones de todo el mundo, los buenos son menos que los malos y no conducen grandes coches. No creo en ayudar a esa chica que está llorando y sentada sola, porque seguramente ella también ha perdido la inocencia, y no aceptará la ayuda de una desconocida. Ya no creo en Dios, y esta afirmación es bastante vaga, porque realmente sí creo en Él, pero mi Dios está mejor construido que del que me hablan los libros sagrados, es más real, más actual, y muchísimo menos cruel y dictador, digan lo que digan los fanáticos de ésta o aquella religión.

Al menos conservo mi memoria, y es un bien muy preciado, porque los pueblos sin memoria pierden su identidad, las personas sin memoria no respetan las normas y destrozan sus coches y sus familias contra las cunetas.

Hoy debo escribir para escapar de mis demonios, debo pasar a tinta digital cada uno de mis pensamientos, salir de mi encierro por medio de las palabras, formando frases que una tras otra vayan rompiendo mis cadenas y me permitan expresar lo que siento.

Hoy debo escribir para no caer en la locura, debo mover mis dedos y usar mi teclado para no cerrar la mano y empuñar con ello mi furia interior, no es viable estallar y satisfacer mi orgullo callado, pues no soy tan grande como para abarcar entre mis brazos todo lo que me está pasando.

Hoy debo escribir porque llorar o gritar no son soluciones prácticas, y no soy mujer de banalidades. Debo formar con estos párrafos una coraza más fuerte que la que se me está cayendo a pedazos, endurecer mi persona con las armas más poderosas conocidas, la sabiduría y la palabra, la inteligencia y la razón.

Hoy debo escribir, espero sepan comprenderme, escribir siempre será mi mejor antídoto a la ignorancia, la injusticia y el dolor.



Soy un ser urbano, aunque mi mente se nuble de verde en ocasiones. No tiro un papel al suelo desde niña, pues no es al suelo al que pertenece, sino al árbol de donde salió.

Quisiera conocer cada planta y cada flor que nace y crece cerca de mí, aunque realmente no conozca ni las flores que adornan a veces mi sala de estar.

Rompo las argollas que unen en packs las latas de refresco, porque una vez leí que con ellas se ahogan algunos animales acuáticos. No utilizo más bolsas de las necesarias, porque una vez escuché que llegan al mar, y se las tragan y ahogan algunos animales creyendo que son medusas.

No respeto las fiestas de mi país donde utilizan animales en cualquier sentido, porque nadie les ha pedido su opinión al respecto. No mato más insectos que cucarachas y moscas, porque yo no soy Dios para decidir sobre sus vidas (y soy injusta, discriminando estas dos especies por razones personales).

Cuando fallezca, he decidido donar todos mis órganos útiles excepto mi estómago, pues bastantes malos tragos me dio. Lo que quede de mí, será incinerado, pues no quiero que nadie tenga que pagar una tumba donde llorar unos restos que ya no seré yo. Las cenizas en que me convierta, serán echadas al viento, para volver a formar parte de la naturaleza de la que vine, y no tener que permanecer encerrada en una urna, no voy a vivir libre para morir cautiva, además de que no dejaré que nadie cargue con la responsabilidad de tener que conservar una fría urna con cenizas dentro.

A veces, intento conectar con el medio, sentirme parte del entorno, pero hay demasiados ruidos, demasiadas luces, demasiadas tensiones... Verdaderamente comprendo que la naturaleza no nos escuche, pues nadie que esté siendo torturado constantemente tiene ganas ni fuerzas para escuchar a quien le habla.

"El recuerdo de la felicidad ya no es felicidad; el recuerdo del dolor es todavía dolor."
Lord Byron.



El tiempo lo cura todo, es una verdad como un templo, pero lo que no cuenta el dicho es ni cuánto es el tiempo necesario, ni lo mucho que duele esa curación, esa rehabilitación de un corazón roto. Para superar algo así, tenemos que alejarnos de nosotros mismos y mirar el mundo desde fuera, darnos cuenta de que es mucho más grande que mirando por nuestros ojos o por lo de nuestra pareja, existe mucho más ahí fuera, esperando descubrirlo. Yo ahora soy feliz, antes lo era igualmente, pero ahora soy feliz, y estoy segura de mi relación, y puedo ser una persona más abierta sin miedo a que nadie recele, la vida no se acabó cuando rompí mi relación anterior, espero que la de mi ex tampoco.

Ánimo, somos muy pequeños en un mundo muy grande, si la ensalada de al lado no quiere mi sal, ya me buscaré un buen filete a quien echársela!!

Somos temporales, un instante si nos mira el universo, una anécdota para nuestro mundo. Nos da miedo hablar de ello, como si ese simple hecho acortara aún más nuestras vidas, sin darnos cuenta de que ése es el único motivo, pues la muerte no es más que un paso, un momento en el camino, sea o no el último, pero un solo momento más.

Los que piensan en su fin con amargura no consiguen más que estropear su corta existencia, los que lo ven como si no fuera a llegar nunca, no aprecian realmente la vida.

La muerte es inevitable, al menos de manera física, pues nuestro cuerpo es una máquina, pensada con fecha de caducidad. Cuando uno alcanza la madurez, la plenitud mental o al menos una porción importante, se da cuenta de que hay que observar nuestro ciclo vital en toda su extensión, valorando cada una de sus partes, desglosando nuestros recuerdos y examinando con curiosidad el futuro, pues ninguno lo conocemos, y por lo tanto es inútil asustarnos por lo que llegará, pues es a todas luces desconocido.

Hace un par de días falleció un bebé, sobrino de una compañera. Aún no se ha repuesto la familia, y hoy ha fallecido el hermano gemelo. La vida es un ciclo, a veces demasiado corto... Pero no tiene remedio, no se puede culpar a nadie, no se pueden buscar excusas, en este tema no.

Después de dar una vuelta por la bitácora de Oze, y otra por el laberinto, me ha apetecido volver a escribir un poco. Me apetecía darle un poco a la tecla, usar ese estupendo ejercicio que es relacionarse, abrir un poco mi corazón y dejar que los sentimientos fluyan, que las palabras ayuden a la mente a expresarse, dejar de ser por un momento tan introvertida para mis cosas y recordar lo bien que sienta escuchar a los demás, ver que todos tenemos ideas y opiniones muy valiosas.

Sé que llevo mucho tiempo sin escribir nada, y que cada vez escribo con menos asiduidad, pero no lo puedo evitar, ciertos días no me apetece nada, y otros estoy tan activa que no puedo ni permanecer dos minutos delante del PC, la vida no siempre admite órdenes, se rebela y se vuelve indómita, se deja llevar por el viento y nos arrastra con ella.

Leyendo al compañero Oze me vino a la cabeza una pequeña anécdota que me sucedió hace tiempo, o hace poco, porque al igual que el tiempo es relativo, el pasado es un presente muy eficaz...

Yo salía con mi primer novio (he tenido dos, el que te enseña a amar, y el que te enseña a disfrutar de verdad el amor), y tenía que ir a verlo a dondequiera que estuviese en ese momento, porque ni vivía cerca de mí, ni estudiaba donde vivía.

Eran tiempos aquellos de mucha lluvia, y aquel hermoso día acabe mojada por todos lados. Caía el atardecer y mi papa me acababa de dejar en la capital. Esta lluvia era de esas que apenas notas si no fuera porque en cinco minutos la ropa te pesa el doble. De la parada a donde estaba el había como unos dos kilómetros (igual habían paradas antes, pero yo no lo sabía) y me encantó ir dando un paseo, me parecía romántico andar bajo la lluvia en aquella tarde tan bonita.

Cuando llegué a mi destino sólo pude acostarme y quedarme a dormir, la lluvia venía con viento de costado, y durante los dos kilómetros no paró de golpearme en la sien, hacía mucho frío y eso repercutió en un fuerte dolor de cabeza.

Tengo muy buena memoria (selectiva, según dicen... me hace mucha gracia esa palabra, no me pregunten por qué) y aún recuerdo con detalle días como aquel. De aquel chico recuerdo cosas con cariño, otras con pena... Y recuerdo, que cada vez que pienso en algo malo de aquella relación, no puedo dejar de pensar en aquel preciso dolor de cabeza, intenso y doloroso como si me estuvieran martilleando con un escoplo en un punto exacto de mi cabeza, lado derecho justo encima de la oreja!

Es sólo una anécdota, pero resulta curioso como lo que se percibía como un momento romántico y solitario (me gusta el disfrute personal de mi romanticismo, no siempre necesito compañía) en el recuerdo se ha convertido en una parábola singular de una relación rota.

Un apunte: No guardo rencor ni dolor por aquella relación, al final resulta cierto que el tiempo es poderoso y lo cura todo... pero sí guardo pena, pena por un chico que desapareció de mi vida completamente, cuando las cosas podían haber sido de otra manera, no creo que el fin del amor sea el fin de las relaciones personales, soy un ser social por naturaleza, pero bueno.

Pensar es la función que la naturaleza nos ha entregado. La mente nos hace humanos, es el poder más grande que tenemos. El estado de nuestros pensamientos determina nuestra vida y la vida cambia cuando cambian nuestros pensamientos. No es necesario saber que la mente es un poder, de todas maneras funciona, ya sea para bien o para mal. Si la vida que vives no te gusta, cambia tu forma de pensar. La energía sigue al pensamiento. Revisa tus creencias, tus ideas. Si sales a buscar trabajo pensando que no lo vas a conseguir, y dices: No consigo trabajo, haces un decreto, la vida te complace y no lo consigues porque la palabra tiene el poder de hacer que el pensamiento se manifieste. ¿Buena suerte? No; es pensamiento positivo. Porque el pensamiento positivo atrae lo que piensas y cuando le añades el poder de la palabra y lo acompañas con el sentimiento, le das el ejecútese.

Fin

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